Sangre vieja, leyes nuevas
Si algo había aprendido desde que mi mundo se había tornado del revés era que el poder no se heredaba, se tomaba. Y no solo eso: se moldeaba, se reinventaba, se rompían reglas antiguas para levantar otras que funcionaran bajo la nueva realidad. Porque una reina que se aferra a costumbres caducas, está destinada a morir en la lucha.
Había pasado poco más de una semana desde que un traidor intentó borrar mi vida. Una semana en la que cada músculo de mi cuerpo se había tensado y cada pensamiento girado en torno a una sola cosa: demostrar que no era una niña más en un juego de hombres.
Por eso, esa mañana, bajo la luz inclemente del sol, me planté frente a ellos. No en una oscura sala oculta, sino en el patio principal de la mansión, a plena vista, con la fuerza de quien sabe que se juega la vida en cada palabra.
Los capos y jefes más poderosos de los territorios aliados ya estaban reunidos. Sus miradas eran cuchillas disfrazadas de respeto, y no faltaba quien m