Sentada en la penumbra de mi habitación, la imagen de Enzo apareció clara en mi mente, como si el tiempo no hubiera hecho mella en su rostro curtido por la vida y la lealtad. Él había sido el hombre de confianza de mi padre, su sombra silenciosa y su espada en las sombras, hasta que la muerte se lo llevó todo y lo obligó a retirarse, dejando atrás un silencio que parecía un pacto no escrito.
Había algo en Enzo que no podía dejar pasar. Si alguien conocía las verdades ocultas detrás de la fachada que mi familia mostraba, ese era él.
Decidí que debía verlo. A escondidas, sin que nadie lo supiera, me dispuse a buscarlo. La ciudad estaba viva en su frenético vaivén, pero yo solo veía el camino hacia una respuesta que se negaba a permanecer oculta.
Llegar a su casa fue como regresar a un pasado que intentaba enterrar, pero que ahora se desplegaba ante mí con una fuerza imparable. Enzo me recibió con la misma mirada profunda, cargada de historia y un leve atisbo de tristeza.
"Isabella," dij