La habitación aún olía a perfume y a deseo reciente. Las sábanas desordenadas caían sobre el cuerpo desnudo de Elio, que permanecía recostado en la cama, con los ojos cerrados y una expresión serena que contrastaba con el rostro tenso de Laura, quien lo observaba desde el borde del colchón.
Ella sostenía la sábana contra su pecho, con el corazón latiendo rápido. Lo miraba en silencio, intentando descifrar algo en su mirada… una señal, una palabra, cualquier cosa que le confirmara que no era solo un momento pasajero.
—Elio —susurró finalmente, rompiendo el silencio—, ¿por qué no nos vamos lejos? Solo tú, yo y nuestro hijo. Podríamos empezar una nueva vida.
Elio abrió los ojos lentamente. La miró con frialdad, como si sus palabras le resultaran absurdas.
—Laura… no empieces con eso otra vez. Sabes perfectamente que no iré a ningún lado contigo.
Laura apretó la sábana con fuerza. Su voz tembló entre la rabia y el dolor.
—¿Por qué te aferras a algo que ya no existe? Entre tú y Cristina nu