Capítulo 88

El restaurante estaba lleno de risas, platos tintineando y el suave aroma de la comida recién servida. En una de las mesas junto a la ventana, Rubén compartía el almuerzo con su hija Aisel y el pequeño Isaac. El sol de la tarde se filtraba por los ventanales, bañando el lugar con una luz cálida que hacía brillar las sonrisas de los niños.

Isaac hablaba sin parar mientras comía su hamburguesa; contaba historias del colegio, de su hermano, de cómo había aprendido a lanzar una pelota más lejos que todos sus amigos. Rubén lo escuchaba con ternura, disfrutando cada palabra.

—Eres todo un campeón, ¿eh? —le dijo con una sonrisa orgullosa.

—¡Sí! —exclamó Isaac, levantando los brazos—. Gané una carrera hoy.

Rubén soltó una risa sincera y revolvió el cabello del niño. A su lado, Aisel sonreía con esa calma madura que la caracterizaba. Había heredado los ojos de su madre, pero el corazón noble de su padre.

Después de un rato, Rubén se volvió hacia su hija y le preguntó con voz suave:

—¿Y tú, mi
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