Cristina salió del cafetín con paso firme, aunque por dentro sentía que su mundo se tambaleaba. Jessica caminaba a su lado en silencio, respetando el torbellino que sabía que se agitaba en su amiga. Ambas tomaron un taxi y se dirigieron a la empresa que pertenecía al abuelo de Cristina.
El trayecto fue silencioso; solo se escuchaba el ruido del tráfico y el suspiro profundo de Cristina mirando por la ventana.
Cuando llegaron, la joven bajó y entró al edificio con la cabeza en alto. Era la nieta de los Bianchi. fundador de una de las compañías más reconocidas en el sector, pero que con el paso de los años había caído en malas manos. Ahora, después de tanto dolor, le tocaba a ella levantarla de nuevo.
Cristina caminó por el pasillo principal, sus tacones resonando en el mármol, como si cada paso fuese una promesa de no volver a derrumbarse. Al entrar al despacho de su abuelo, el aire se impregnó de recuerdos. Todo seguía igual: el imponente escritorio de madera, el reloj antiguo sobre l