– Cielos de verdad y habitaciones de miedo
El jet privado del Grupo Colmenares cortaba las nubes con una estabilidad que contrastaba con el caos emocional en el pecho de Rubén. Sentado en uno de los lujosos sillones de cuero de la cabina principal, Rubén observaba por la ventanilla cómo las luces de su ciudad se convertían en meros puntos distantes. Tenía una copa de agua intacta frente a él y su pasaporte sobre la mesa. No era el viaje de un ejecutivo, era la huida de un hombre que buscaba recuperar su alma.
El silencio de la cabina fue interrumpido por el tono suave, pero insistente, de su teléfono personal. Al mirar la pantalla, el nombre de Aysel brilló con una intensidad que le encogió el corazón. Rubén tomó aire, tratando de estabilizar su voz antes de presionar el botón de aceptar.
—¿Aló? ¿Hija? —dijo Rubén, esforzándose por sonar como el padre protector de siempre.
—Papá... —La voz de Aysel llegó con una mezcla de melancolía y una claridad que lo desarmó—. ¿Dónde estás exacta