– Lágrimas de cocodrilo
El aire dentro de la capilla ardiente de la funeraria San Miguel era denso, casi irrespirable, cargado con el aroma dulzón y empalagoso de cientos de lirios blancos y crisantemos que adornaban la sala. El silencio no era absoluto; estaba tejido por el murmullo respetuoso de la alta sociedad de la ciudad, el roce de las telas costosas y, sobre todo, por el sonido ahogado de un llanto que nacía desde lo más profundo del alma.
Óscar Caruso, el hombre que hasta hacía unas horas había sido el heredero de un imperio, parecía ahora un niño perdido. Estaba sentado en una silla de terciopelo granate, justo al lado del féretro de caoba pulida donde descansaba el cuerpo de su padre. Tenía los codos apoyados en las rodillas y el rostro escondido entre las manos. Sus hombros se sacudían rítmicamente; cada sollozo era un golpe que resonaba en el pecho de quienes lo querían de verdad.
A su lado, de pie como un centinela de piedra, estaba Elio.
Elio vestía un traje negro de c