El restaurante más exclusivo del centro brillaba con un lujo discreto. Las copas relucían bajo la luz dorada de las lámparas, el sonido de los cubiertos era un susurro elegante y el aroma del vino caro flotaba entre las mesas.
Roxana Caruso, impecable como siempre, esperaba con su copa de vino tinto entre los dedos finos y fríos. Llevaba más de veinte minutos allí, impaciente, mirando su reloj de pulsera una y otra vez. La puntualidad no era una virtud que compartiera con su sobrina.
—Siempre tarde —murmuró con fastidio, ajustando su collar de perlas.
Justo cuando estaba por perder la paciencia, vio a Laura entrar al restaurante. Llevaba gafas oscuras, un vestido negro entallado y un gesto que mezclaba ira con nerviosismo. Caminó hasta la mesa, dejó caer el bolso sobre la silla y se sentó con un suspiro largo.
—Vaya… hasta que por fin apareces —dijo Roxana, sin molestarse en ocultar su tono cortante.
Laura se quitó las gafas y la miró con un brillo oscuro en los ojos.
—Vengo de ver a