Una vez a solas, los esposos se concentraron en ellos, no porque hayan tenido hijos, su pasión había disminuido, las miradas ardientes y llenas de amor, seguían ahí.
— Bueno... Prometí que te traería algo especial, no el helado, pero si un dulce que te gusta mucho.
— Déjame ver. — La arquitecta tomó la linda envoltura y abrió de prisa el detalle. — ¡Son mis chocolates favoritos, te acordaste, Dimitrir, eres el mejor esposo del mundo!
— ¿Solo del mundo? Yo creí que también del universo, pero bueno...
— Oh, vamos, no seas engreído, sabes que te amo con locura. — Angy comió un chocolate, se escuchó gemir inocentemente a la bella arquitecta.
— Lo sé, yo también te amo de la misma forma, es por eso que he traído esto para ti, lo pedí hacer, es exclusivo y hecho especialmente para mí esposa.
El CEO ruso sacó una caja negra aterciopelada, se la entrego a su mujer y ella abrió los ojos muy sorprendido. A la bella pelinegra le encantaban las sorpresas.
— Dimitrir... ¿Qué...