Kevin salió de la habitación sin mirar atrás. Solo él sabía todo aquello que ahora portaba en su corazón, las dudas y las certezas que él creía que eran reales ahora parece que los tiene en un columpio. No fue un portazo, no hubo gesto brusco. Solo ese acto silencioso y definitivo que delata cuando alguien huye de algo que no puede nombrar. Sus pasos resonaron por el pasillo de la Villa como si el mármol amplificara su tormento interno, llevándolo directo hasta el despacho.
Cerró la puerta.
Apoyó ambas manos sobre el escritorio y bajó la cabeza. Su respiración era irregular, cortada, como si el aire se negara a entrar con normalidad en sus pulmones.
—No… —murmuró como si aceptar una realidad que puede ser posible sea una tortura para él. Negó con la cabeza una vez. Dos. Tres. Cuatro. Hasta que perdió la cuenta. — Esto no tiene sentido —repitió, ahora en voz más alta—. Esto no tiene ningún maldito sentido.
Se dejó caer en la silla, pasando ambas manos por su rostro con violencia, como