La tarde caía lentamente sobre la ciudad cuando Kevin marcó el número de Verónica. Su voz salió firme, afilada, sin una sola grieta, como si cada sílaba estuviera tallada en hielo.
— ¡Kevin! — Expuso ella con emoción am responder la llamada.
—Te espero en la Mansión Hill.
No hubo explicaciones. No hubo lugar para preguntas.
La llamada terminó antes de que Verónica pudiera responder.
Y eso, curiosamente, fue lo que la hizo sonreír.
Verónica siempre encontraba victorias donde los demás solo veían sombras.
Para ella, aquel llamado no era una advertencia, sino un triunfo.
Creía, con la devoción de una mujer obsesionada, que Kevin la necesitaba, que volvía a ella una vez más para buscar su versión de la historia, para escuchar lo que tenía que decir sobre Leah.
“Yo siempre gano, Leah”
Eso pensó, mientras caminaba por la empresa con paso victorioso, como si marchara sobre los restos de alguien derrotado.
Cerró la puerta tras de sí, imaginándose que dejaba a Leah atrás, diminuta,