Kevin tenía las facciones endurecidas. Leah lo tenía en la palma de su mano sin mover un solo dedo. Incluso herida, había sabido cómo acorralar a su esposo. El hombre permaneció en silencio, evaluando sus opciones, aunque sabía que no tenía muchas. Durante los días en que sus suegros permanecieran en el país, no sería más que el juguete de Leah.
Mientras tanto, la asesora fue guiada hasta el jardín por Ana, quien aún no se atrevía a confesarle que su patrón no podría recibirla. Aun así, se mostraba amable; en el fondo, luchaba entre advertirle que Leah era víctima de Verónica o guardar silencio. Pero sabía que hablar de aquello no le correspondía. Podía desencadenar un conflicto grave, y por eso su patrón había reaccionado como lo hizo.
—¿Por qué el señor Hill no sale junto a mí? —preguntó la mujer.
—El señor Hill y la señora Hill aún están durmiendo —expuso Ana con voz baja.
—¿Durmiendo? —La asesora frunció el ceño—. Eso es una gran mentira. Kevin Hill no es de los que duermen ha