La sala donde habían colocado a sus padres estaba envuelta en un silencio tan espeso que parecía absorberlo todo, como si incluso el aire se negara a mover el dolor que flotaba sobre las dos figuras cubiertas con blancas telas. El olor a desinfectante y flores frescas se mezclaba en una combinación extraña, casi irreal, demasiado fría para lo que estaba ocurriendo allí.
Leah avanzó lentamente, sus pasos eran suaves, casi arrastrados, y cada uno parecía arrancarle una parte del alma. Su respiración temblaba. Sus pequeñas manos estaban entrelazadas frente a ella, tensas, y su mirada celeste… vacía. Destruida.
Cuando llegó junto a los cuerpos, sus rodillas flaquearon. Por un instante Kevin pensó en acercarse, sostenerla desde atrás, pero decidió darle ese primer segundo a ella sola, ese instante íntimo en el que una hija enfrenta lo que nunca creyó enfrentar tan pronto.
Leah tembló. Luego soltó un suspiro quebrado y levantó con cuidado la tela que cubría el rostro de su madre. Allí e