El mayordomo y la mucama quedaron paralizados al ver a Leah. La joven, completamente sonrojada ante la escena frente a sus ojos, apenas respiraba. Pero segundos después, una sombra oscura se proyectó detrás de ella.
Era su esposo.
El silencio se adueñó de la habitación. Leah sintió cómo la hostilidad emanaba de Kevin; aquel aire frío, denso, que hacía temblar incluso a las paredes. No se atrevía a mirarlo, mientras el mayordomo y la mucama parecían a punto de desmayarse.
Allí estaban, sobre un mueble, la mujer con la falda del uniforme subida hasta el abdomen y el hombre... demasiado dentro de lo que debía permanecer oculto.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —La voz grave y gélida de Kevin cortó el aire.
Leah se apartó lentamente, dejando que su esposo avanzara. Los dos infractores estaban pálidos como fantasmas.
—Alberto, ¿desde cuándo te permites semejante falta de respeto en la casa de tu patrón? —su tono era bajo, peligroso—. ¿Desde cuándo engañas a tu esposa con esta señorita? Creí que