DERRIBANDO MUROS

La mañana en la Villa La Matilde tenía un aire distinto. El canto de los pájaros se mezclaba con el aroma del café recién hecho y el murmullo de la lluvia que aún persistía débilmente en los ventanales. Leah y Kevin se encontraban junto a la puerta principal, mientras Isabel los observaba con su sonrisa característica, esa que mezclaba ternura con picardía.

—Ha sido una visita maravillosa —dijo la anciana, apoyándose en su bastón de marfil mientras los miraba uno a uno—. Y debo decir que estoy muy orgullosa de ustedes dos.

Leah sonrió, aunque la vergüenza del encuentro en la habitación todavía le latía en el pecho.

— Ha sido… un placer tenerla aquí —respondió con educación y calidez.

Isabel soltó una risa baja, acariciándose el broche de perlas que llevaba en el cuello.

—Un placer, dice. No tienes que ser tan formal conmigo, querida recuerda eso, además ya te lo he pedido. A estas alturas de la vida, lo que más disfruto es ver a los jóvenes cumplir con su deber… en todos los sentidos.
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