Cuando Kevin abre los ojos, lo primero que ve es el techo de la cabaña. Segundos después, el calor del recuerdo lo sacude: el cuerpo desnudo de Leah bajo el suyo, su respiración entrecortada, los gemidos de su esposa resonando en su mente como un eco ardiente.
—Maldición, Kevin… —gruñe entre dientes mientras se incorpora, buscando a Leah con la mirada. La cama está vacía.
Levanta la manta y la imagen lo golpea: sobre la sábana blanca, rastros de su amor mezclados con sangre virginal. Los ojos azules de Kevin se tensan, una fiereza desconocida los domina.
—Maldita sea… ahora entiendo por qué eras tan estrecha… —su voz se quiebra entre incredulidad y culpa—. Anoche fue tu primera vez, Leah…
Se pasa una mano por el rostro y se levanta de golpe. La frustración le recorre el cuerpo como fuego. Entra al baño sin mirar atrás.
Mientras tanto, Leah duerme en el sofá, envuelta en una manta. Cuando abre los ojos, un dolor punzante le atraviesa la cabeza. Se lleva las manos a las sien