Luna
El amanecer se filtraba por las cortinas de mi habitación, pero yo llevaba horas despierta. Tres días habían pasado desde mi confrontación con Vladislav, y cada minuto lejos de él era un tormento. Mi cuerpo lo anhelaba con una intensidad que me avergonzaba, mientras mi mente luchaba por mantener la dignidad intacta.
Me levanté de la cama y me acerqué al espejo. Mis ojos reflejaban el cansancio de noches sin dormir, pero también un brillo nuevo, casi sobrenatural. Mi transformación continuaba, lenta pero imparable. Podía sentir cómo mi sangre cambiaba, cómo mis sentidos se agudizaban. Era como si cada célula de mi cuerpo estuviera despertando de un largo letargo.
—Maldito seas, Vladislav —susurré, apoyando la frente contra el cristal frío—. ¿Por qué no puedo simplemente odiarte?
El castillo se había convertido en un laberinto que recorría calculando cada paso para evitarlo. Conocía sus rutinas, sus lugares favoritos, incluso podía sentir su presencia antes de verlo. Era como si un