Vladislav
La noche se cernía sobre nosotros como un manto de terciopelo negro. Desde la ventana de mi estudio, observaba las sombras danzar entre los árboles del bosque que rodeaba la mansión. Mis sentidos, agudizados por siglos de existencia, percibían la inquietud en el aire. Algo se acercaba. Lo sentía en cada fibra de mi ser inmortal.
Luna entró en la habitación sin hacer ruido, pero su presencia alteró el aire a mi alrededor como siempre lo hacía. Aún no me acostumbraba a cómo su mera existencia podía desestabilizar mi mundo de certezas construido durante milenios.
—Has tomado tu decisión —dije sin voltear a mirarla. No era una pregunta.
—Sí —respondió con aquella voz que había aprendido a no temblar ante mí—. No puedo ejecutar a Mikhail.
Cerré los ojos un instante. La compasión de Luna era tanto su mayor fortaleza como su debilidad más peligrosa. Mikhail, nuestro traidor, merecía la muerte por sus actos. Cualquier vampiro lo sabría. Pero Luna seguía aferrándose a su humanidad co