Vladislav
El amanecer se filtraba por las cortinas de mi habitación cuando abrí los ojos. Luna dormía a mi lado, su respiración tranquila, su cabello negro desparramado sobre la almohada como tinta derramada. Observé cómo su pecho subía y bajaba con cada respiración, un recordatorio constante de que, a pesar de la sangre inmortal que ahora corría por sus venas, seguía conservando esa humanidad que tanto me fascinaba.
Pasé mis dedos por su mejilla, apenas rozándola. ¿Cuándo había sucedido esto? ¿En qué momento esta mujer que llegó como sacrificio se había convertido en algo tan esencial para mí? La idea me aterraba y me fascinaba a partes iguales.
—Vladislav —murmuró entre sueños, acurrucándose más cerca de mí.
Algo dentro de mi pecho se contrajo. Quinientos años de existencia y nunca había experimentado esta sensación de vulnerabilidad. Era como si ella hubiera encontrado una grieta en la armadura que había construido durante siglos.
Me levanté con cuidado de no despertarla y me acerq