Vladislav
El dolor fue lo primero que sentí al abrir los ojos. Un dolor punzante que recorría cada centímetro de mi cuerpo, recordándome que incluso los inmortales podemos caer. La luz tenue de la enfermería me recibió, junto con el olor a antiséptico y sangre seca. Mi sangre.
Intenté incorporarme, pero una punzada en el costado me obligó a detenerme. Fue entonces cuando la vi. Luna dormía en una silla junto a mi cama, con la cabeza apoyada incómodamente sobre el borde del colchón. Su cabello caía como una cascada oscura sobre las sábanas blancas, y su respiración, lenta y acompasada, era lo único que rompía el silencio de la habitación.
Cinco siglos de existencia y nunca había contemplado algo tan hermoso como ella en ese momento de vulnerabilidad. Tan frágil y, sin embargo, tan fuerte. La mujer que había desafiado a la muerte, que me había desafiado a mí, y que ahora velaba mi sueño como si yo fuera digno de tal devoción.
Extendí mi mano, ignorando el dolor, y acaricié suavemente su