Ámbar
Me imaginé muchos escenarios en los que David me gritaba, me reprochaba o simplemente me ignoraba. Incluso en el mejor de los casos, imaginé que solo se iría.
Pero me abraza con fuerza, jadeando como si le faltara el aire y acabara de recibir una buena noticia.
—David…
—Te amo —declara, tomándome del rostro—. Pecas, te amo, ¡vamos a tener otro hijo!
—Te estoy diciendo que…
—Es mío, yo sé que es mío. Sentí cuando tú… estabas fértil.
—¿Qué?
—Que el bebé es mío, no tengo dudas.
Las lágrimas se me escapan mientras dejo que me bese. A pesar de la culpa, la angustia y el caos a mi alrededor, sus labios se sienten como un bálsamo que me calma y, al mismo tiempo, encienden todo mi cuerpo.
Lo amo solo a él, no hay nadie más. No siento esto por nadie más y nunca lo haré.
—No dejaré que te hundas, ¿sí? —musita entre besos—. Menos ahora.
—¿No te importan mis dudas? —pregunto jadeando—. David…
—Quiero que estemos juntos, y es lo único que importa.
—Tu brazo, David —le digo, al ver qu