Ámbar
Mis hijos se muestran sumamente encantados con los regalos que J.R. Oviedo envió para ellos y que les entrego cuando nos metemos al auto, luego de recogerlos del colegio.
—Es el que quería, guau —susurra mi hija—. ¿Me lo pones en casa, mami?
—Por supuesto, cielo.
—Me gusta este reloj, es igual al que dibujé —se ríe.
Aquel comentario me hace fruncir el ceño, pero de pronto el chófer frena un poco de golpe. Se trata de que acaba de esquivar un gato que ha saltado de la nada.
—Demonios, estos gatos son cada vez más un problema —masculla enojado.
—A Charlie y a mí nos gustan los gatos —dice Ada.
—A mí no, sueltan demasiado pelo —gruñe Daniel.
—Y eres alérgico —suelto una risita—. Podemos tener gatos de peluche.
—A mi hermano le hace daño todo —se queja Ada—, pero igual lo quiero.
Daniel se ríe, sin dejar de admirar su reloj. Ver su reacción me hace sentir algo de culpa por estar pensando en rechazar a J.R. Oviedo, quien tiene pensada una colección familiar que creo que ser