Ámbar
—No puedes hablar en serio —dice Ruth, casi babeando cuando le cuento lo que pasó anoche—. ¿Te hizo todo eso? No, mejor dicho, ¿lo dejaste y no estás denunciándolo? Por cierto, dime en qué cárcel para ir a sacarlo. Grrr…
La asesino con la mirada y ella suelta una carcajada mientras le pega al escritorio. Hasta hace poco me habría alegrado un poco su reacción, pero ahora la culpa es un peso espantoso en mi estómago.
—No pienso volver a verlo —le suelto—. Ni siquiera para la colaboración.
—¿Estás loca? ¿Te dejó caer tu mamá de pequeña?
—No, y es por eso que no puedo hacerlo.
—Amber, piensa bien en lo que estás haciendo. Una colaboración así podría realzar aún más tu nombre.
—Sí, pero no quiero hacerlo a costa de mi salud mental ni de la estabilidad de mis hijos.
—¿Es que acaso tienes salud mental? —se burla. Sé que bromea, pero ese comentario me hace explotar.
—Si no me vas a tomar en serio, mejor vuelve a tu escritorio —le ordeno, tajante.
La cara que pone Ruth me hace se