Ámbar
Salgo de aquella reunión con el corazón roto, sin comprender del todo por qué me siento así.
No, sí lo sé. Es David.
Él es el único hombre del que me he enamorado en la vida, el único que he deseado de verdad. Y de pronto, sentir todo esto por otro, aunque sea la persona que más admiro, es simplemente aterrador.
—Su abrigo —me dice Martín, entregándomelo—. El señor Oviedo insistió en que no saliera sin él.
—¿Qué? —pregunto aturdida.
—Por favor —insiste—. Póngaselo.
Me siento en silencio, aunque me invade una sensación de indignación. ¿Quién se cree que es para controlarme?
—Gracias. Al señor Oviedo le aterra que las personas que aprecia se enfermen.
Mi corazón se ablanda y no puedo evitar esbozar una pequeña sonrisa que lo demuestra. ¡Jerónimo es demasiado lindo!
—Sí, está bien.
—¿Vino sola? Podría disponer de...
—No se preocupe, señor —lo interrumpo—. Yo puedo sola.
—¿Está segura?
—Así es —asiento—. Muchas gracias por todo. La cena estuvo deliciosa y el señor Ovied