David
Todavía no recibo respuesta de Ámbar, y eso me está volviendo loco. No puedo concentrarme en el trabajo ni siquiera en mantener una conversación coherente con Gustavo, que todavía no se irá porque ha venido a pasar el fin de semana con Ruth y su hijo.
—Ese niño es el mismo demonio —se queja—. Por más que intento que nos llevemos bien, simplemente me pone peros a todo y finge ser bueno delante de Ruth. Ser papá es difícil.
—Sí, lo es —murmuro, mirando hacia la ventana—. Pero es lo más maravilloso. No siempre, claro, no cuando esa mujer…
—¿De qué estás hablando?
Miro de nuevo a Gustavo y me doy cuenta de que lo he estado ignorando desde hace un rato.
—Te estaba respondiendo a...
—Sé que parezco idiota, pero no lo soy —sonríe—. Tú estás mal desde que no puedes hablar con Ámbar.
Suelto un suspiro. Tengo ganas de confesarle lo que tuve que hacer anoche para poder acercarme a ella. Todavía me duele la maldita piel por esas porquerías que me pegué en la piel.
Pero, demonios, sí que val