Ámbar
Después de que Gustavo se lleva a Ruth, el restaurante se vuelve un caos. David me toma del brazo y me saca de allí. Antes, por supuesto, les ha dado dinero a esos muchachos y ha hablado con el gerente para que nadie llame a la policía.
—¡¿Qué demonios le pasa a tu amigo?! —le recrimino cuando salimos—. Está loco, pudo haberlos matado.
—Cálmate, lo hizo porque estaba celoso.
—Celoso —me río—. Eso es más que celos, David, eso es estar loco.
—A ti, evidentemente, no te gustan esas cosas.
Su sonrisa me deja pasmada. En estos momentos, logra parecerse un poco a ese David del que estuve enamorada, con quien compartía bromas sin llegar a ser hiriente.
—¿Estás bien? —me pregunta, acercándose, lo que me hace reaccionar y retroceder.
—No, claro que no estoy bien. Algo malo le puede pasar a Ruth. Tengo que llamar a…
—Ella estará bien —me asegura—. Gustavo es una persona prudente, a pesar de lo que viste.
—¿Prudente? —no puedo evitar una leve carcajada—. ¿En serio me lo estás dicie