David
Romper la promesa que le hice a Ámbar tras el divorcio me tomó menos tiempo que firmar el acta. Simplemente no pude alejarme, aunque me quedé oculto entre las sombras. Por suerte, mejoré mis técnicas de camuflaje y Joshua nunca le ha dicho nada a Ámbar.
O tal vez sea porque al muy cabrón no le conviene. De cualquier modo, he mejorado y me he mantenido a salvo durante estos cinco años, en los que he vivido por y para mis pequeños pecosos, que son la única felicidad que tengo en la vida mientras vigilo todo lo que hace su madre.
—¿Creen que funcione? —les pregunto a mis hijos mientras los llevo al área de juegos.
Para mi pesar he tenido que dejar a Ámbar en el reservado, pero tampoco puedo desaprovechar ningún instante para estar cerca de mis hijos, ya que en unos días haré mi supuesto viaje.
—No sé, papi, pero está nerviosa —dice Ada, sonriendo.
«Yo no la vi nerviosa, sino demasiado fría», pienso enojado.
No esperaba que me recibiera con flores o que se desmayara al verme,