Ámbar
Las primeras horas con mis recién nacidos pasan rápidamente. Soy la madre más feliz del mundo, pero al mismo tiempo, la mujer más infeliz. Haber pedido el divorcio y que David aceptara ha llenado mi corazón de una amargura aplastante.
Aun así, sé que esto es lo mejor y lo único bueno que David puede hacer por mí. Lo nuestro nunca tuvo y nunca tendrá futuro. Siempre estará la sombra de la desconfianza metiéndose entre ambos, su círculo social y la presión de la hasta que hace unos meses consideré mi familia. David, por mucho que lo intente, no puede dejar de ser un Ruiz, y yo no puedo dejar de repeler a esa familia, a quienes considero culpables de que viviera un infierno.
—Tengo que aprender a vivir con ese dolor —le digo a Anastasia mientras vestimos a los bebés en sus cunas—. Aunque aún albergue sentimientos por él, pedirle el divorcio fue la mejor decisión que pude tomar.
Miro a mi hija, que se está estirando y poniéndose un poco colorada. Parece que ha ensuciado el pañal