David
—¿Divorciarnos? —pregunto con un nudo en la garganta.
De pronto, ya no estoy seguro de poder seguir teniendo los brazos tan firmes para sostener a mis hijos, pero sigo con ellos. Soy su padre y los protegeré, aunque me sienta desfallecer.
La expresión de Ámbar es de total indiferencia hacia mí. Aunque sé que solo es para ocultar su dolor, me quema por dentro. Esperaba que me pidiera cambiar, que me disculpara de rodillas o que hiciera algo por Joshua, pero no esto.
—Sí, lo que escuchaste.
Mis ojos se llenan de lágrimas que no logro contener. Ámbar traga saliva y su mirada se suaviza un poco, pero no lo suficiente como para que la determinación desaparezca.
Observo a mis hijos. Jamás me planteé ser padre, y mucho menos de mellizos, pero ahora que los tengo entre mis brazos, no me puedo imaginar la vida sin ellos. Mucho menos me la puedo imaginar sin Pecas, que está decidida a alejarme de su vida, sin dejarme ni el más mínimo resquicio de esperanza.
—Nos necesitan a los dos —