David
Si alguien me hubiera dicho que algún día me importaría más cuidar de alguien que estar sumergido en una oficina creando diseños, me habría reído mucho y le habría invitado una ronda de bebidas por contarme tan buen chiste. Pero eso es justo lo que está pasando ahora. Esta sensación de molestia no se me va del estómago cada vez que observo a Ámbar y vigilo que no vuelva a desvanecerse. Además, parece que me he convertido en una especie de sirviente, porque me niego a que sea otra persona quien suba la comida a Ámbar.
Y ahora estoy preparando algo para ella.
Muy pocas personas saben que en realidad me gusta cocinar. Detesto mostrar esa parte de mí por las cosas que mi padre podría decir al respecto. Él cree que ningún hombre debe meterse en asuntos de mujeres, y la cocina es para él un asunto que les atañe a ellas.
—Huele delicioso, señor Ruiz —me felicita Anastasia mientras me ayuda a colocar las verduras picadas en el caldo—. A la señora le tiene que gustar mucho.
—Espero que sí