Ámbar
Ni en mis sueños más disparatados habría podido imaginar que algún día David cocinaría para mí, pero ya es la segunda vez que lo hace. Primero fue la sopa de verduras, y ahora un desayuno completo. Y la verdad es que me gustaría decir que cocina mal, pero es todo lo contrario. David tiene una sazón inigualable, incluso mejor que la de Anastasia, que es chef profesional.
—¿Por qué esa cara de orgasmo, Pecas? ¿Te está gustando mucho? —me pregunta David con tono burlón mientras me estoy pasando el tercer bocado.
La comida se me atraganta y me golpeo el pecho para tratar de recuperarme. Él deja de sonreír y se apresura a darme golpes en la espalda y a ofrecerme jugo para que se me pase.
—Eres un idiota —me quejo con voz rasposa.
—¿Por qué? Eres tú la que se atragantó.
Lo fulmino con la mirada y él sonríe.
—Está bien, está bien, es mi culpa. Lo siento.
Ahogo un grito.
—¡Se viene el apocalipsis, me pediste perdón! —exclamo con ironía, para después echarme a reír al verlo poner los ojo