Zahar…
Volver a la oficina fue como cruzar una frontera invisible. Mi cuerpo aún tenía las marcas de Kereem latentes, los músculos aún susurraban su nombre cada vez que me movía, pero mi mente ya estaba en modo misión.
Efectivamente, Kereem no dejó que nadie me buscara y Asad mismo me acercó al apartamento, para poder vestirme adecuadamente y llegar aquí.
El protocolo se activó en cuanto entré. Personal de seguridad, revisión ocular, y el saludo formal de los asistentes. Todo exactamente como debía ser… salvo por la tensión que me estaba esperando.
Víctor estaba de pie en el pasillo de cristal, con la carpeta contra el pecho, los labios apretados y ese brillo inquisitivo en los ojos que me conocía demasiado bien.
—¿Dormiste algo? —preguntó, sin rodeos.
—Lo suficiente para mantenerme firme —respondí, sin bajar la guardia.
Él caminó junto a mí unos pasos, su tono era más bajo, pero cortante.
—Imagino que hablaste mucho con Kereem anoche.
—Sí… Hablamos.
—¿Y? —se detuvo, mirándome directo