Zahar…
No hubo descanso.
La noche fue un océano en llamas, una secuencia de gemidos, de cuerpos que se encontraban una y otra vez, como si no bastara una sola vez para unirnos. Hicimos el amor como si el mundo estuviera por acabarse, como si el fin no nos importara mientras nuestras pieles siguieran fundiéndose.
Kereem fue todo: mi tormenta, mi salvación, mi ruina gloriosa.
Esta noche no fue solo sexo, ni solo deseo, ni rabia contenida, fue algo mucho más salvaje.
Fue como si nuestros cuerpos hubieran estado esperándose durante mil años para volverse a encontrar. Como si cada pedazo de piel recordara con exactitud dónde encajaba el otro. No hubo pausas. No hubo silencio. Solo el sonido húmedo de nuestras bocas, el crujido del colchón, y la respiración desesperada de dos bestias, reconociéndose en medio del caos.
Además, no sé cuántas veces lo hicimos esa noche. Perdí la cuenta después de la tercera, o la cuarta…
Kereem no fue suave, no completamente y no esta noche. Él fue lo que siem