Zahar.
Víctor…
El jueves por la mañana, llegué más temprano de lo acostumbrado a la empresa, porque Alessia debía atender otros asuntos de Víctor, así que a las ocho de la mañana estaba colocando su café en la mesa, y estaba buscando las bolsitas de azúcar cuando él entró a la oficina.
—Buenos días, qué grata sorpresa, tú por la mañana —le sonreí.
Ya me estaba acostumbrando a su compañía, sobre todo a sus constantes palabras de halago.
—Buenos días, señor.
—Víctor. Víctor cuando estemos solos.
Asentí colocándome firme y lo dije:
—Víctor… —él se quedó mirando y se metió las manos en los bolsillos.
—Se escucha muy bien —tomé el aire suficiente cuando lo vi, tomar el café de la mesa y sentarse en la silla—. Vamos, acompáñame.
Negué un poco.
—No me gusta mucho el café.
—Bien, ¿ya comiste?
—Sí.
Víctor sonrió y luego bebió de su taza.
—Los ingleses solemos tomar mucho té, pero por la mañana me acostumbré al café.
Le sonreí de nuevo y él se detuvo como si algo no le gustara.
—Vamos, Ana, no