Kereem…
Ella estaba gritando, una cualidad que nunca había dejado salir. Zahar era calculada en cierto punto, y nunca dejaba ver sus emociones desbordadas, algo que yo admiraba de ella. La desconocía en cierto punto, porque no solo eran gritos, sus palabras salían con la intensión de herir.
Me quedé viéndola por un momento, tratando de contener lo que temblaba en mí… eso que no debía dejar salir, porque Zahar me estaba descomponiendo y ni siquiera se daba cuenta.
Me quedé parado en medio de la habitación, con los puños apretados, el pulso en la garganta, y sentí que algo dentro de mí también se quebraba.
Tenía ganas de gritarle que no podía, que no quería dejarla, pero ella lo estaba pidiendo, no… lo estaba rogando con los ojos rojos y las manos temblorosas.
Así que le dije lo único que podía.
—Antes de que digas algo de lo que te puedas arrepentir, será mejor que te deje sola —me costó decirlo y sentí que esas palabras me costaban más que cualquier amenaza, más que cualquier disparo,