Los primeros rayos del sol atravesaron el ventanal de la biblioteca como cuchillas doradas, reflejandose directamente sobre los párpados cerrados de Gianni. Se incorporó con un gruñido, cada músculo protestando por la noche pasada en el sofá de cuero, el cuello rígido, la espalda convertida en un mapa de contracturas. El martilleo en sus sienes era el eco furioso de la botella vacía de whisky que yacía en la mesa baja, testigo mudo de su derrota emocional.
Se frotó los ojos con los nudillos, la visión borrosa tardando en enfocar la figura femenina de pie junto a las cortinas ahora abiertas.
—Bienvenido, amo. Buenos días — la voz era suave, sumisa, perteneciente a una de las sirvientas ¿Anya? ¿Elena? Ni siquiera podía recordar su nombre.
Le tendía una taza humeante de café negro, el aroma intenso chocando con el olor a alcohol que aún le envolvía.
— Buenos días — masculló Gianni, aceptando la taza. El primer sorbo fue un bálsamo áspero y ardiente que le rasgó la garganta, pero también