Se dirigió a la estancia de recepción, una sala amplia con muebles de cuero oscuro y ventanales que daban a los jardines devastados. Allí los esperaba un hombre: italiano, de unos cuarenta años, vestido con un traje caro pero discreto, de corte impecable. Tenía el porte de alguien acostumbrado al poder y a la violencia contenida. Sus ojos, astutos, evaluaron a Gianni al instante.
Gianni avanzó con confianza, estrechando la mano del recién llegado con un apretón firme. El italiano se presentó.
— Thiago Rizzo. Mano derecha de Salvatore Lombardi.
— Gianni Giorgetti — respondió Gianni, soltando su mano. Su mirada, aguda, escrutó a Thiago — pensé que Lombardi vendría personalmente. A ver en qué está invirtiendo realmente su dinero y sus hombres. A inspeccionar las ruinas que financió.
Thiago sonrió, un gesto cortés pero que no llegaba a sus ojos.
— El señor Lombardi está... ocupado. Lidiando con una leona furiosa en casa. Asuntos familiares delicados — la explicación era vaga, pero Gianni