El nuevo día en Kievak se abría como una herida cicatrizando: gris, frío, pero con la promesa tenue de reconstrucción. En el comedor principal de la mansión Voloshyn, ahora centro de operaciones de la nueva era, la atmósfera era de concentración feroz. Gianni, César y Serguéi estaban agrupados alrededor de una gran mesa de roble oscuro. Sobre ella, un mapa digital de Rusia proyectaba un mosaico de puntos rojos, focos de la "Marea Roja" y zonas azules; bastiones de la Bratva aún resistiendo o bajo asedio. La luz de la pantalla iluminaba sus rostros marcados por la batalla y la falta de sueño, dibujando sombras profundas bajo sus ojos.
Gianni, con las mangas de su camisa táctica negra arremangadas hasta los codos, mostraba el vendaje en su bíceps y los nudillos raspados. Con un puntero láser, trazaba líneas virtuales sobre Moscú.
— Los barrios bajos son clave — explicaba, su voz grave y práctica resonando en la estancia. — Son el tejido conectivo, el primer filtro. Si los recuperamos, r