La luz del amanecer se filtraba por las altas ventanas del baño principal de Aston, bañando el mármol negro vetado de oro en tonos grises y fríos.
Ivanka estaba de pie frente al espejo sin marco, enorme y despiadado. Gotas de agua caían de su cabello, recién lavado, sobre sus hombros y la fría superficie del lavabo donde apoyaba las manos con fuerza. Sus nudillos blancos destacaban contra la piedra oscura. Su respiración era superficial, entrecortada, como si el aire pesara demasiado.
En el espejo, su reflejo la miraba con ojos vacíos, hundidos por la falta de sueño verdadero y el peso de las horas anteriores. Pero en su mente, un torbellino infernal no cesaba:
El sabor de Gianni, desesperado y familiar, sus labios devorándola en la habitación morada. Su cuerpo ardiendo sobre el suyo, la evidencia de su deseo bajo ella, sus manos desabrochando su camisa… Un escalofrío la recorrió, no de placer recordado, sino de confusión y culpa.
Luego, las imágenes cambiaron, brutales: Aston sobre e