La conciencia regresó como una marea negra y viscosa, arrastrando consigo fragmentos de dolor, humillación y un zumbido eléctrico que aún reverberaba en sus nervios. Ivanka abrió los ojos, la visión borrosa al principio, ¿En qué momento había pedido la consciencia?... Ni siquiera lo sabía.
No estaba en su habitación. No estaba en la cama de Aston.
Estaba de pie, los brazos extendidos y encadenados a una estructura de acero pulido que imitaba macabramente una cruz moderna. Las esposas de metal frío mordían sus muñecas, suspendiéndola apenas para que las puntas de sus pies rozaran el suelo frío de cemento. El esfuerzo mantenía sus músculos en tensión constante, una tortura sutil que ya empezaba a quemar.
Miró a su alrededor, el horror creciendo como hielo en sus venas. El cuarto era amplio, iluminado por luces frías empotradas en el techo alto. Pero no era una habitación. Era un santuario del dolor.
Las paredes estaban forradas de estantes metálicos repletos de instrumentos que brillaba