El aire en la biblioteca de la mansión napolitana de Gianni olía a cuero viejo, polvo de siglos y la furia contenida que emanaba del hombre sentado tras el escritorio de ébano. Una semana. Siete días interminables de rastrear satélites, hackear bases de datos gubernamentales y criminales, presionar contactos desde los bajos fondos de Marsella hasta las oficinas blindadas de Moscú. Siete días de silencio absoluto. Ivanka Volkova se había esfumado como humo.
Un hombre corpulento, vestido con un traje que apenas contenía su musculatura y una cicatriz que le cruzaba la frente hasta la oreja, se aclaró la garganta. Era Lucas Santorino, jefe de la red de inteligencia "L'Occhio del Lupo" (El Ojo del Lobo) que Gianni heredó de su padre y mantenía funcionando con dinero y miedo.
— Signore Giorgetti — comenzó, su voz un rumor profundo —. Hemos usado todo. Biométrica avanzada, reconocimiento facial en cámaras de todo el mundo, satélites de vigilancia militar prestados... incluso los algoritmos p