La pared del pasillo subterráneo de la DIGE era fría como una lápida contra la frente sudorosa de Gianni. Respiró hondo, pero el aire viciado, cargado del olor a desinfectante, sudor y pólvora, no calmó el fuego que le ardía en las venas.
El fracaso tenía un sabor amargo y familiar, pero esta vez venía sazonado con una humillación personal. Semyon Volkov, yacía en una celda de máxima seguridad... y había resultado ser un pozo seco. No había soltado una palabra útil.
Pero peor que el silencio de Semyon era el fantasma que bailaba en su mente: Marco Antonio Rossi.
Esos ojos azules desafiantes, esa sonrisa arrogante mientras ascendía al helicóptero, libérrimo. Y el balazo en el brazo...
Gianni miró el vendaje apresurado bajo la manga del uniforme, donde el roce de bala del "principito" calabrés seguía latiendo con un dolor punzante. Un recordatorio físico de que lo había herido. Que se le había escapado.
— Maldita sea — masculló contra la pared fría, el eco de su voz rebotando en el pasi