La mansión Volkov, envuelta en la niebla fría de la madrugada petersburguesa, parecía un barco fantasma anclado en un mar de silencio.
Dentro, el peso de las horas recientes aplastaba como plomo los hombros de Ivanka. Había coordinado desde la biblioteca, el nuevo "trono" que su padre le había otorgado, la transmisión de órdenes, la monitorización de los canales cifrados tras la fallida captura de Semyon y la explosión en la DIGE.
Cada instrucción había sido dada con la serenidad glacial de la Koroleva, pero bajo la superficie, las palabras envenenadas de su madre resonaban como campanas rotas. «Pieza bonita... vulnerabilidad... sin mi apoyo no eres nadie.»
La mirada de desprecio de Sasha, cargada de un odio ancestral, se había clavado en su alma como una daga de hielo. Sabía que estaba en el ojo del huracán, que el trono de cartón podía desplomarse en cualquier instante, arrastrándola al abismo.
Agotada, física y mentalmente, se había refugiado en el santuario de su baño. El vapor aú