El vapor del baño aún se aferraba a su piel cuando Gianni emergió, una silueta esculpida en agua y sombras. La ropa prestada: un suéter de cuello alto negro de lana fina, pantalones de vestir oscuros impecablemente cortados, yacía esperándolo como una armadura. No se vistió; se enfundó.
Cada movimiento fue deliberado, ritualístico, como un lobo frotándose con la hierba de un territorio ajeno para absorber su olor, para infiltrarse. Al deslizar la tela suave sobre su torso vendado (las heridas ahora protegidas por gasas frescas que él mismo había aplicado con eficacia), sintió la ironía punzante. Vestía la piel de un lobo Volkov mientras planeaba, desde dentro, convertir a la manada en piezas de su juego mortal. La elegancia era inherente, pero ahora estaba cargada de un simbolismo siniestro. Era el depredador disfrazado de presa, listo para la matanza.
La puerta del baño se abrió sin previo aviso. Ivanka estaba allí, apoyada en el marco. No vestía ya el pijama empapado, sino un vesti