"Hola. Sé que tal vez no es el mejor momento. Pero me gustaría verte. Hablar."
El mensaje había llegado hacía dos días. Estaba ahí, como una herida que no terminaba de cerrar. Aitana lo leía cada noche antes de dormir, aunque no lo abría. La burbuja azul sin marcar era su escudo, su resistencia. Pero también su tortura. Cada vez que lo veía, recordaba su voz: esa forma envolvente en que pronunciaba su nombre. Ese "Aitana" que sonaba como una canción incompleta. Había prometido no volver a caer. Prometido con lágrimas, con rabia, con la mano temblorosa, sobre una prueba de embarazo que aún no se había animado a comprar. Pero las promesas se hacen en la cima del dolor... y se olvidan cuando aparece el espejismo del deseo. Esa tarde, el spa Luna estaba más tranquilo. Las clientas habían comenzado a cancelarle turnos, probablemente por los chismes que corrían entre pasillos perfumados. La recepcionista la miraba con lástima. Una de las estilistas ni le hablaba. Todo se había tornado denso, como si una nube gris colgara sobre su estación de trabajo. Fue entonces cuando su teléfono vibró. Una nueva notificación. Iker otra vez. "No sé en qué momento pasó todo esto. Pero siento que te extraño. No es solo físico. Quiero verte. Hoy." Su dedo flotó sobre la pantalla. El cursor parpadeó como si esperara una traición. Y lo fue. Traicionó su decisión. Traicionó su amor propio. Traicionó su cordura. Le respondió. "A las 9 salgo del trabajo." En cuanto envió el mensaje, se quedó helada. Sintió el golpe inmediato de la culpa, como si el aire a su alrededor se volviera más pesado. Se levantó del banco y fue directo al lavamanos, frotándose las manos como si pudiera borrar el pecado de sus dedos. -¿Estás bien? -preguntó Laura, su compañera de cabina. -Sí. Solo estoy cansada -mintió, con la voz hueca. Pasó el resto del turno en modo automático, repasando mentalmente cada excusa posible para no ir. Y al mismo tiempo, eligiendo qué labial llevar. A las 9:07, Aitana estaba en la entrada de un edificio de estilo industrial, con vidrios ahumados y luces tenues detrás de las cortinas. Iker vivía en el ático, porque por supuesto que sí: los hombres que viven en la cima siempre hacen que las demás trepen, se arrastren... o caigan. Subió en el ascensor de espejo, viéndose desde todos los ángulos, preguntándose si se veía tan rota como se sentía. Cuando la puerta se abrió, él ya estaba ahí. Con una camisa blanca abierta en el cuello, un vaso en la mano, y esa mirada entre sorpresa y deseo. -Pensé que no vendrías -murmuró. -Yo también. No hubo abrazos. Solo esa tensión que flota en los reencuentros peligrosos. Esa energía que no sabe si explotar o suplicar. -¿Quieres algo? ¿Vino, té o agua? -Un motivo -respondió ella sin pensarlo. Él sonrió, cansado. Bajó la vista. Caminó hacia el ventanal y se quedó mirando la ciudad. -No tengo uno que valga la pena -dijo-. Solo tengo lo que siento. Ella se cruzó de brazos. -¿Y qué sientes exactamente, Iker? Él se giró despacio. -Que cometí errores. Muchos. Que me gustas más de lo que pensé que me gustaría alguien. Que contigo es distinto. Que no me interesa ninguna de las otras como tú. Aitana apretó los labios. Tragó saliva. -¿Cuántas "otras" hay? -Ya no importa -susurró. -Para mí sí. Él se acercó, despacio. Sin tocarla. Solo lo justo para que el perfume de su cuello le rozara los sentidos. -No puedo prometerte un futuro. Pero puedo decirte que desde que te vi, no dejo de pensar en ti. Y que cada vez que te alejas, el mundo se me apaga un poco. Aitana sintió una lágrima rebelde colándose por su mejilla. No por sus palabras, sino porque ella quería creerle. Necesitaba creerle. Como quien necesita oxígeno después de estar demasiado tiempo bajo el agua. -¿Y qué soy yo, Iker? ¿Un respiro? ¿Una parada técnica entre modelos? Él alzó la mano, despacio, y le acarició el rostro. -No. Eres... el único lugar donde no me siento solo. Aitana cerró los ojos. Sintió su respiración temblar. Era la culpa. Pero también esperanza. Y esa mezcla, peligrosa y adictiva, fue suficiente para que se dejara besar. Fue un beso lento, contenido, cargado de pasado y de todo lo que aún no podía nombrarse. No fue el beso de dos personas que empiezan, sino el de dos que ya han tropezado, y aun así eligen volver a caer. Después del beso, no hablaron mucho. Se sentaron en el sofá, ella con las piernas cruzadas, él con la cabeza apoyada en su hombro. En la televisión, pasaban imágenes de modelos en pasarela. Glow Agency estaba en pleno auge. Iker era solicitado, influyente, codiciado. Aitana era solo una pieza fuera de catálogo. Y sin embargo, él la miraba como si fuera única. -¿Puedo pedirte algo? -dijo ella de pronto. -Lo que quieras. -No me mientas más. No quiero que me prometas nada. Pero si vas a usarme, dímelo. Si vas a jugar, dímelo. Prefiero saberlo y decidir si quiero seguir jugando. Iker la miró en silencio, y por primera vez, no supo qué responder. Y esa fue su respuesta.A las 11:42, Aitana salió del edificio. El aire fresco le despeinó el cabello, y por un instante, creyó que podía empezar de nuevo.
Tal vez no estaba bien. Tal vez no era lo correcto. Pero por esta noche, el dolor estaba anestesiado. Y a veces, eso es suficiente para sobrevivir al día siguiente.