El sonido de la lima sobre la uña era rítmico, casi terapéutico. Aitana trataba de enfocarse solo en eso. Raspa. Suelta. Sella. La clienta frente a ella -alta, con una melena de ondas perfectas y lentes de sol que se negaba a quitarse dentro del spa- movía los dedos con impaciencia.
-¿Puedes hacerme el diseño jelly con las microperlas doradas? El que hiciste la semana pasada y subiste a tu historia. Mi amiga Emilia lo amó, dijo que su novio también se volvió loco con ese diseño. Aitana esbozó una sonrisa forzada, aunque el corazón ya le empezaba a latir con fuerza. Emilia. El nombre no le sonaba familiar. Pero eso no era lo importante. Era la mención del novio lo que la puso alerta. -Claro, ese diseño lo tengo guardado, -respondió, evitando mirarla directo a los ojos-. ¿Quieres que use la base rosada translúcida o prefieres un tono más frío? -Rosada, igual que el tuyo. Aunque Emilia se los va a hacer esta semana también. Dice que el novio le va a pagar todo porque está fascinado con cómo se ve con las manos arregladas. -Vaya, qué generoso. -Aitana respiró hondo por la nariz. Fingió buscar un esmalte en su carrito de trabajo para disimular cómo sus manos empezaban a sudar. -Sí, es que él es medio, intenso con eso. Siempre pendiente de las uñas, del cabello... de cómo nos vestimos. Es el tipo de hombre que te hace querer ser perfecta. -Soltó una risita-. Es que trabaja con modelos, ya sabes. En esa agencia... ¿Cómo se llama? Glow Agency. Y ahí. Ahí fue donde algo se rompió. Aitana sintió cómo se le aflojaban los músculos de la espalda, como si el alma se le hubiera escurrido por la columna. Sonrió, automática, como si no acabara de escuchar el nombre de su verdugo en voz de una mujer que no tenía ni idea de su presencia en la ecuación. -¿Glow Agency? -preguntó con una dulzura falsa que se le torcía en los labios. -Sí, ¿la conoces? -He oído hablar... -Mintió. Pero decir la verdad implicaba abrir una herida que aún sangraba por dentro. La clienta estiró los dedos, examinando con aprobación el acabado jelly. -Pues sí, Emilia anda encantada. El novio es un encanto, dice. Alto, con unos ojos... uff. Y ese nombre, tan raro, como vasco, ¿cómo era? Ah sí, Iker. Ahí lo dijo. Aitana se quedó quieta por un segundo. -¿Iker Valverde? -¡Sí! ¿Lo conoces? Ella levantó la vista. Por un instante, se quedó mirándola con una expresión que no supo controlar. Las emociones se le empezaron a agolpar en la garganta. Ira, dolor, humillación. Era como si todas las emociones hubieran explotado al mismo tiempo dentro de su pecho. -No. Solo... me suena. -Su voz se quebró un poco al final. La clienta no lo notó. O fingió no notarlo. Siguió hablando, sin darse cuenta de que cada palabra era como un cristal que se le incrustaba a Aitana en las costillas. -Emilia dice que es como estar en una novela. Detalles, cenas, flores. Creo que hasta le puso un chófer la otra vez. Está enamoradísima. Aitana ya no escuchaba. Sus pensamientos eran un remolino. Imágenes de esa última noche con Iker, sus palabras, el "te extraño", el "es contigo con quien no me siento solo". ¿Cuántas veces había repetido esa frase? ¿Cuántas chicas más la habrían escuchado con los ojos cerrados y la esperanza abierta?Cuando terminó la sesión, fue al baño del fondo del spa, ese que casi nadie usaba, y cerró con llave. Se sentó sobre la tapa del inodoro, el esmalte aún manchando las manos, y se permitió lo que había evitado toda la mañana: llorar.
-¿Qué estoy haciendo? -susurró, con las manos tapándose la cara-. ¿Cómo permití esto? La voz de su conciencia era cruel y clara. Te respondió un mensaje que sabías que no debías contestar. Volviste. Te ilusionaste. Y ahora... otra vez. Aitana dejó que las lágrimas corrieran en silencio. Sintió el sabor salado en los labios. Sintió rabia. Pero también, en un rincón imposible de matar, un deseo retorcido: que todo fuera mentira. Que Iker no estuviera saliendo con Emilia. Que no fuera cierto lo del chófer. Que esa clienta se hubiera confundido de nombre. Pero sabía que no. Glow Agency. Iker. Emilia. Las piezas encajaban.-¿Estás bien? -preguntó la gerente cuando la vio volver.
-Sí. Solo... estoy con jaqueca. -Tal vez deberías tomarte la tarde. Aitana asintió. Se fue a su estación, recogió sus cosas con movimientos lentos. En su bolso, el celular vibró con un nuevo mensaje. Iker: "¿Puedo verte esta noche?" Y ahí estaba. El dilema constante. El amor que se negaba a morir, aunque la verdad ya lo estuviera enterrando. Ella escribió una respuesta. La borró. La volvió a escribir. Y antes de darle a "enviar", miró sus propias uñas, aún frescas, con el diseño que Iker tanto decía adorar. Uñas perfectas. Corazón hecho pedazos. Perfecto. A continuación, te presento el final extendido del Capítulo 7 – "Uñas rotas y corazones también", con un cierre más emocional y cinematográfico, como solicitaste:Aitana bajó por las escaleras del Spa Luna con la cabeza gacha, cruzando el vestíbulo como una sombra de sí misma. Había guardado su celular sin responderle a Iker. La notificación seguía brillando como una trampa encendida en el fondo de su mente. Pero no. Hoy no iba a caer.
Al salir, la brisa de la tarde le golpeó en la cara, y sus ojos, ya irritados, ardieron más con el cambio de temperatura. Caminó por la calle empedrada con pasos lentos, como si cada paso cargara el peso de todo lo que había aguantado en silencio. A su alrededor, la ciudad seguía viva: cafés con terrazas llenas, risas adolescentes saliendo de las tiendas de maquillaje, el sonido de una moto que pasó zumbando cerca. Pero Aitana no escuchaba nada. Solo sus pensamientos. Solo el eco de las palabras que la clienta había dicho, las frases que la habían desarmado pieza por pieza. Cruzó la avenida mirando el suelo, con la mirada empañada por lágrimas tercas que no querían secarse. Un par de personas la miraron al pasar, quizás preguntándose por qué esa chica caminaba con los ojos rojos, con los hombros vencidos y los labios mordidos de tanto contener el llanto. "Tonta. Qué ilusa. Otra más en su colección. ¿Cuántas serán? ¿Cinco? ¿Diez? ¿Y tú pensabas que eras especial por una cita y unos mensajes a medianoche?" Aitana se detuvo frente a una vidriera donde una modelo lucía unas uñas acrílicas perfectas, como las que ella solía hacer con orgullo. Pero en ese reflejo no se reconoció. No era la profesional segura ni la mujer coqueta que alguna vez creyó haber conquistado a un hombre como Iker. Era una versión rota. La Aitana que dolía. El camino hasta su departamento se hizo eterno. El ruido de sus tacones en las baldosas le pareció una burla. Cada paso era una bofetada de realidad. Cuando finalmente metió la llave en la cerradura, sus manos temblaban. Cerró la puerta detrás de sí como quien huye de un mundo que ya no la quiere, y se dejó caer sentada contra la pared, en la oscuridad de su pequeño recibidor. No encendió la luz. Solo se abrazó las piernas, hundió la frente en sus rodillas, y lloró. Lloró por lo que fue, por lo que pensó que sería. Y sobre todo, por lo que ya sabía, pero aún no quería aceptar: Que amar a Iker era como pintarse las uñas con barniz barato. Brillaba al principio. Pero siempre terminaba descascarado.