Un año había pasado.
Un año desde aquella madrugada en que Ámbar llegó al mundo, envuelta en un llanto tembloroso y una luz que parecía de otro plano. Un año desde que Aitana entendió lo que era el amor sin condiciones, sin garantías, sin medidas. Y también, un año desde que decidió que no volvería a apagar su brillo para hacerle espacio a nadie más.
Ahora, frente a un auditorio repleto de profesionales de la belleza, marcas, emprendedoras, y soñadoras como ella, Aitana sostenía el micrófono entre las manos con una calma que antes le habría parecido imposible. Su cabello caía suelto sobre los hombros, vestía un conjunto sencillo pero elegante, y sus uñas -como siempre- eran una obra de arte.
-Cuando empecé -dijo con voz firme-, no sabía que iba a terminar aquí. Solo sabía que quería sobrevivir. Ganarme la vida. Darle algo mejor a mi hija. Nunca pensé que iba a sentirme... orgullosa. Libre. Mía.
La pantalla detrás de ella proyectaba imágenes de su primer espacio: un rincón improvisado