Jazmín entra con paso ligero pero con la mente llena de pensamientos a la mansión. Apenas cruza el umbral, su primer instinto fue preguntar por la bebé.
—¿Dónde está la pequeña? —pregunta con una sonrisa cansada a la nana, quien le respondía desde la sala.
—Acaba de dormirse, estuvo inquieta, pero ya está descansando —responde la mujer con tono amable, acomodando los juguetes de la niña.
Jazmín asintió y suspiró con alivio. Era un consuelo saber que la pequeña dormía bien. Imran, por su parte, sacó su billetera y pagó a la nana por su tiempo. La mujer agradeció y salió de la casa tras recoger sus cosas.
La ama de llaves apareció entonces, con su presencia siempre diligente y discreta.
—¿Van a cenar, señor? Preparé algo ligero —pregunta con amabilidad.
Imran negó con la cabeza rápidamente, sin siquiera dirigirle una mirada a Jazmín.
—No tengo hambre —responde con frialdad.
Jazmín, en cambio, sintió que aquellas palabras no eran más que una excusa. ¿Acaso Imran evitaba cenar para no ver