Capítulo 11.
Después de una semana de reposo absoluto, Eleanor estaba fuera de peligro, pero el Dr. Davies había insistido en una semana más de aislamiento y descanso relativo. El problema era que el plazo de la “luna de miel” expiraba.
Liam, que había estado impaciente por volver a Manhattan para poder enterarse de la salud de su padre y visitar a su solitaria madre, vio la necesidad de prolongar el confinamiento.
Se sentó en el escritorio de la cabaña, tomó papel y tinta de buena calidad y, con su caligrafía elegante y precisa (otra habilidad inexplicable para un chofer), redactó una carta a Lucille Harrington, la madre de Eleanor.
—Voy a escribirle a su madre —anunció Liam, con la voz aburrida mientras mojaba la pluma.
—¿Para qué? ¿Para decirle que he sido una esposa rebelde? —reclamó Eleanor.
—Para decirle la verdad, pero en términos que la obliguen a obedecer. Usted no puede viajar. Y no voy a arriesgar mi contrato, ni el bienestar de mi padre, por una hemorragia en un tren. Debe creerme para