El golpe en la puerta había sido la última pieza en el rompecabezas de una noche caótica, y la voz de Morgan al abrir, llena de asombro, solo aumentó la tensión. Jade, sentada a la mesa de la cocina, contuvo el aliento, su corazón golpeando con una intensidad dolorosa. ¿Quién podría ser? ¿Robert, de alguna manera recuperado y buscando venganza? ¿Mr. Corbin, el depravado socio de Robert, dispuesto a reclamar lo que creía suyo?
Pero la voz de su padre la sacó de sus temores.
—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —preguntó Morgan, su tono una mezcla de incredulidad y una familiaridad casi perdida. Se notaba en su voz el cansancio de la noche y la sorpresa genuina.
Jade se levantó lentamente, la curiosidad superando el miedo. Se acercó a la entrada de la cocina, asomándose al pasillo. Lo que vio la dejó sin aliento. De pie en el umbral, bajo la luz del porche, no había un depredador ni un demonio de su presente, sino una figura de su pasado, un fantasma de días más simples.
Era alto, con hombro